(…) Pelear en la
guerra – dijo mi viejo – eso les falta a los hombres de ahora.
Frené en la banquina y
lo miré.
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¿De verdad pensás las boludeces que decís?- le pregunté - ¿Cómo podés decir una cosa así?
-
No pares. ¿Qué hacés? Es tardísimo. La guerra te hace hombre- insistió mi viejo.
Pero eso es estúpido –
dije. Que te pongan un fusil en la mano y manden a la guerra es lo
contrario de ser un hombre. ¿Y qué guerra, aparte? ¿De qué
estamos hablando? En este país, por suerte, hace mucho que no hay
ninguna guerra.
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¿Por qué?
-
¿Por qué, qué?
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Por qué es lo contrario de ser un hombre.
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Porque es lo contrario de una decisión. En la guerra hasta tu vida es una decisión de otros.
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Uy, un perro muerto – dijo la chilena-. Pobre.
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Ay, bendita inocencia – dijo mi padre -. treinta y ocho años y todavía no sabés qué es la guerra.
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Todavía no cumplí treinta y ocho.
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Qué tristeza- dijo la chilena.
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¿Y quién inventó el arado? Un hombre – dijo mi padre.
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¿Y eso que tiene que ver?
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¿Quién inventó el código de Hammurabi? ¿Quién imaginó la República?
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La República no la imaginó uno solo.
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¿De quién era la mano que dejó la primera marca en una caverna? De un varón.
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Y eso, suponiendo que sea cierto, ¿qué tiene que ver?
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Una cultura es una entelequia. Un país es una entelequia. ¿No entendés? Esa cosa artificial, esa cosa inventada, eso aportaron los hombres al mundo. Y sólo si estás dispuesto, por esa cosa inventada, a poner en riesgo tu vida, serás un hombre, hijo mío.
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Ya no se ve nada- dijo la chilena.
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